Padres e hijos

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En la clase de relato hemos leído hoy “The Moons of Jupiter”, de la maravillosa Alice Munro. En unas pocas páginas se cuenta una historia muy sencilla de padres e hijos que sin embargo contiene todas las capas sumergidas que a otros les darían para una novela. Una mujer madura visita a su padre enfermo en la habitación de un hospital, en Toronto. Al padre le han encontrado un problema grave en el corazón y es probable que muera pronto. El cuento discurre entre el terso presente de la narración principal -el anciano fuerte todavía, más asustado de lo que reconoce, la hija escritora que es también madre de mujeres adultas que hace nada fueron niñas- y los regresos a un pasado que se comprime entero en unos pocos párrafos, en fogonazos tristes de recuerdo. Qué emoción fijarse en la austeridad infalible con que están administrados los adjetivos, la audacia sutil con que se manipula el tiempo sin hacer evidente nunca una técnica que los críticos calificarán de menos refinada porque no llama la atención sobre sí misma.

Salgo de clase y subo deprisa por University Place y Broadway porque he quedado con Arturo en una tienda algo cochambrosa y atiborrada de discos de segunda mano que está en la calle 18, entre la Quinta y la Sexta, Academy Records. Entrar en ella es sumergirse en el sonido del choque rápido de las fundas de plástico que pasan velozmente los coleccionistas codiciosos que llenan siempre su espacio mínimo. Arturo ha comprado la banda sonora de una película que le gusta mucho, y a mí también, Crazy Heart. A la edad que tiene Arturo ahora mismo, 24 años, yo estaba en el cuartel de Cazadores de Montaña de las afueras de San Sebastián, en Loyola. Él pasó un año en Brighton gracias a una beca Erasmus y dos meses de verano en dos años sucesivos aquí en Nueva York. Pero no venía desde hace cinco años, y para él ese tiempo ha sido mucho más largo y más decisivo, porque es el del cambio de la última adolescencia a la plena vida joven y adulta. Ahora se gana la vida traduciendo del inglés  subtítulos de películas y algún libro que le encargan. También toca en un grupo de pop acústico, Pájaro Jack, que, para gran sorpresa de sus componentes, no para de ganar premios y de dar conciertos. Sus ojos de ahora miran la ciudad con una atención mucho más penetrante. Paseamos por Chelsea, camino del metro, charlando de música y de libros, recordando cosas de Granada y de aquel primer viaje que él y sus hermanos hicieron a Nueva York, pronto hará diez años, en septiembre de 2001. Este hombre joven que camina a mi lado y tiene su propia vida autónoma, visible para mí en la parte limitada que puede conocer un padre o una madre, es mi hijo, el que nació tan diminuto y desvalido hace casi 25 años. Qué raro es el porvenir. Cómo habría podido yo imaginar cuando lo llevaba de la mano por Granada o por Úbeda que muchos años después iríamos por una de esas calles laterales poco iluminadas de Chelsea hablando de los libros y los discos que nos gustan.